Tunick o la sed de expresión

by Raul Tortolero Thursday, Sep. 27, 2007 at 6:51 PM
raultortolero@yahoo.com

La vivificante presencia de la ciudadanía mexicana en el evento nudista es un cariz más de una poco advertida, brotante revolución cultural. Es la encarnación de un exultante deseo civil de asir algo contundentemente “verdadero”, simple y brutal, contrapuesto al infinito engaño. La sociedad reconfigura a fondo su rostro y cotidianidad.

La vivificante presencia de la ciudadanía mexicana en el evento nudista es un cariz más de una poco advertida, brotante revolución cultural. Es la encarnación de un exultante deseo civil de asir algo contundentemente “verdadero”, simple y brutal, contrapuesto al infinito engaño. La sociedad reconfigura a fondo su rostro y cotidianidad.

El carácter radical de ese revelador suceso de vena social, va mucho más lejos de su perfil de foto magna, performance, instalación o show. Excede los márgenes del “arte”, desbordándose hacia un replanteamiento de nuestro rostro social y vida cotidiana. En esos renglones se halla el tuétano del valor del 6 de mayo en la Plaza de la Constitución.

Pero no hay en realidad mucho que agradecer a Spencer Tunick. Él le debe mucho más a México. Las transformaciones sociales no son de la autoría de factores externos pasajeros como el arropado Spencer. Este peldaño escalado no es obra de él, el cambio se situó en la psique de la población mexicana; el fotógrafo produce escenas similares en todo el mundo.

En nuestra fiesta no hubo ni siquiera protestas de mentes ignorantes, como en otras latitudes. No es que Tunick sea un genio: retratar y apreciar desnudos es algo tan antiguo como estimulante, y hacerlo contando cientos o miles de colaboradores, es mérito de éstos.

El neoyorkino sólo ha servido como desencadenante de algo enjaulado que sufrían por manifestar lo más pronto posible los mexicanos. Algo -a la vista más allá de edades, géneros, extracción social- que desde el inconciente social estaba a punto de irrumpir, pero no encontraba la puerta.

Que hayan asistido alrededor de 20 mil decididos ciudadanos aquel domingo 6 de marzo a la cama gris del Zócalo –uno de los más pelones del mundo debido a su carencia atroz de vegetación- no debería sorprender sólo por el número, que implanta un nuevo récord mundial, superando al de siete mil personas desnudas fotografiadas en Barcelona, España en 2003. Pero los récords relativos. Lo digno de entenderse es por qué la gente estaba eufórica al ser parte de un acto tan simple y demoledor.

Me incluyo: ¿por qué queríamos desnudarnos y ser fotografiados, es decir, que hubiera constancia de ello? He escuchado muchas respuestas: el cuerpo es bello, no hay nada qué ocultar, es un fotógrafo famoso, para demostrar que en México no somos ni conservadores ni mochos, es una expresión artística, para darle en la madre al avance de la ultraderecha yunkista, para que la Catedral ahí cerca sepa que el cuerpo no es nada pecaminoso, para redoblar esfuerzos izquierdosos en la construcción de las libertades civiles reales, y hasta por echar desmadre…(es válido). No por dinero, por supuesto, porque nadie recibió pago y sólo obtendrán una impresión de alguna toma.

Siendo algo muy distinto del éxito de la Expo de Sexo y su secuela fija en el mall Sex Capital, donde se exhibió una curiosidad sexual inusitada y donde el protagonista no fue el público, lo de Tunick permite comprender que es de nuevo el ciudadano quien desea situarse en primer plano de los acontecimientos. No está conforme con sólo admirar el desfile de la vida desde la butaca, sino que está dispuesto a todo, y sin ir de por medio un egreso o una remuneración. El factor dinero fue eliminado el 6 de mayo.

En cambio los coros de apoyo a la despenalización del aborto de hace unas semanas fueron retomados. Cabría preguntarnos cuál es la postura de la Iglesia católica ante los desnudos, cuando el papa Benedicto XVI da por excomulgados a legisladores y médicos “promotores” de tal medida, pero no ha excomulgado a ningún pederasta.


CONTRA LA ENAJENACIÓN, LA FIESTA DESNUDA



©Spencer Tunick/ Nuevo México 2001


¿Por qué la urgencia de desnudarnos? Desnudarse –y esto lo saben bien quienes asistieron al lance- no es sólo sacarse la ropa. Implica vencer condicionamientos, los mismos que nos atan a lo más negativo de nosotros mismos. ¿Por qué esa necesidad en algunos casos fue agresiva? Hubo quienes protestaron por no habérseles permitido modelar por no contar con un registro.

Si se hubiera tratado de fotografiar a una sola persona, o a unas pocas, no hubiera habido tanto entusiasmo. Siendo masivo, con Tunick hubo la oportunidad de “reproducir el tiempo edénico”, así fuera sólo unos minutos, generándose un estado de conciencia general en el cual no hay culpa, vergüenza, o burla, sino naturalidad y paz. Y esto ya es ganancia y justifica esa premura y sulfuración por participar. Quedar fuera era ser expulsados del paraíso, del festín de libertad.

¿Qué querían demostrar con tanta vehemencia los mexicanos que se desnudaron? Evidente, no el cumplimiento con los cánones estéticos del cuerpo “ideal” del siglo XXI, la extrema delgadez, la ausencia de acumulación de grasa en el vientre, la musculatura desarrollada. Vimos incuantificables cuerpos flácidos, tetas caídas, panzas, canas, arrugas, bolsas en los ojos, estrías, celulitis. Mas la dignidad con la cual se plantaron ahí hace recordar que hay algo para ser revalorado del ser humano, algo que trasciende la estupidez de todo criterio de pasarelas, vanidades televisivas y comerciales, y el detestable bluff. Y ese algo es la autenticidad.

No cabe duda que enseñarse tal cual se es, es algo bellísimo. Tras ello el sentimiento de autoaceptación aumenta. Desnudarse es una gran terapia. Los miedos finalmente se desvanecen al constatar in situ que los demás tampoco son perfectos, y que debemos aceptarnos y aceptar a los demás tal cual. No importan los lunares, las verrugas, las lonjas, las deformidades, cualquier imperfección. Los 20 mil participantes gritaron en silencio: “Esto es lo que somos, esto es lo real”. Una forma brutal de decirlo.

No sólo que no hay nada que ocultar debajo de la ropa, nada que tu mamá, tu hermana, tu hija no tenga; nada que tu padre, tu hermano, tu hijo, tu amigo no tenga. Sino que esto que ves, con sus defectos, con su lejanía o cercanía al 90-60-90 de las modelos, esto es algo real.

SED DE “VERDAD”

El 6 de mayo pudimos contemplar algo contundentemente real. Algo que debe ser apreciado porque es tal cual es. Sin luces especiales. Sin trucos. Este deseo de exponerse así de los capitalinos –y dicho con raigambre de la mística medieval-, esta “hambre de verdad”, esta sed de algo real, de no-mentira, de no-falsedad, fue algo por lo que valía la pena luchar, estar ahí, a tiempo, con el formulario lleno, para pasar algo de frío y vencer innumerables prejuicios.

Es una lucha de México por construir y plantar su verdadero rostro, uno emergente luego de una tradición política de engaño y traición. En medio de lobos políticos, el ciudadano conciente muestra el camino: no es deseable la sofisticación, lo retorcido de las formas, sino la desnudez, es decir, la simplicidad de lo verdadero.

Es cierto -y no puede dejarse de lado por ser atractivo- que el interés de contemplar a tantas mujeres y hombres desnudos ya valía de por sí atravesar algunas penurias menores, pero esa no fue la principal motivación de los asistentes. Es increíble que una vez constituido el país como tal, hayan tenido que pasar siglos para que los mexicanos podamos caminar en las calles sin ropa, y no por ello ser considerados locos, o degenerados, y ser aprehendidos. Y es inaudito que para hacerlo haya que “pedir permiso”. Como si estar desnudo pusiera en crisis la paz pública, escandalizara, o fuera una “falta a la moral”. Un desnudo nunca es inmoral.

Sin embargo, éste es apenas un primer avance en las libertades civiles, ya que sin el eterno argumento de que esto “es arte”, tal vez no se concretaran estas manifestaciones. Un desnudo es un desnudo. Un cuerpo es un cuerpo. No forzosamente es arte. Si lo es, mejor. Pero si no lo fuera ¿qué? Los 20 mil desnudos del 6 de mayo demostraron sin abrir la boca su sed de expresión, de cambio, de revaloración y dignificación del cuerpo humano, de la libertad, de la homogeneidad, sea o no artístico el resultado. Por salud social, es urgente avanzar en la solidificación de las libertades ciudadanas.

El arte es muy importante. Pero lo más fuerte es haber vencido prejuicios morales, sexuales, estéticos, como los que producen vergüenza, baja autoestima, culpa y lástima por uno mismo, timidez, “pudor” y otras taras que bloquean el crecimiento personal y social.

No es que “ya estamos maduros”, como se ha dicho, para vivir esto. Es absurdo: el desnudo no es un asunto de “madurez”, que requiera mucha preparación. Tampoco es un espectáculo para “adultos”: es asumir con naturalidad, desprejuiciadamente, lo que uno es (físicamente).

Aquí no hay pornografía alguna, es una experiencia más cercana a un regreso a la infancia más primigenia, a la libertad de los niños, un retorno a una unión en la igualdad, donde todos valen lo mismo. No son sólo “cuerpos desnudos”, sino personas integrales soltando el lastre de cargas morales, sociales, legales. Buscando despojarse de un solo golpe –artístico, si se quiere- de la asociación del desnudo a la vergüenza.

Sin embargo, el 6 de mayo se registró también una suerte de “estado de excepción” porque, por inverosímil que sea, nadie puede volver a hacer esto sin ser reprendido por la policía, acusado de “faltas administrativas”.

Por ello, como una estrategia abierta para construir espacios de libertad civil, habría que aprovechar lo espumoso de esta ola, esta vocación libertaria chilanga no siempre expresada, e inaugurar lugares para nudismo en la ciudad, cuyos permisos no podrían ser negados por el gobierno capitalino: una vez concedidos en plazas públicas, en sitios cerrados no habría obstáculos legales. Hoy no hay lugares para la desnudez. Ya los habrá. (Interesados en abrirlos escriban a: raultortolero@yahoo.com)