Refugiados en Mexico

by Raul Tortolero Monday, Jul. 16, 2007 at 3:41 PM
raultortolero@yahoo.com

México Un refugio para ellos de honor Refugiados de distintos paises en Mexico

Por: Raúl Tortolero
15/07/2007


La demolición a golpe de hacha desnuda sobre la puerta de maderos provocó que la familia se revolviera en sus sillones. Unos 15 tipos, de ropajes negros, atrincherados sus rostros con pasamontañas, irrumpieron en la sala. Blandían ametralladoras cuyos cañones dirigieron a las cabezas del padrastro, su madre, tres hermanos y una hermana de 15 años.

Indicaron pertenecer a las Autodefensas Campesinas, grupos armados ligados a la ultraderecha, surgidos como contraofensiva a las guerrillas de izquierda y al narcotráfico en Colombia. Y preguntaron por Hipólito, uno de los hermanos. Eran las 11 de la noche del 23 de noviembre de 1996, en Mariangola, ciudad del departamento de César, Colombia.

Nancy (nombre cambiado por protección) estaba trabajando en una compañía de Cosméticos en Valledupar, capital de ese departamento, alejada de estos hechos.

Todos los hombres juraron ser Hipólito. Las Autodefensas se mofaron:

—¡Bueno, como todos son Hipólito, pues nos llevamos a todos!

Y a empellones subieron a los tres hermanos y al padrastro de Nancy a unas de las cinco camionetas pick-up amarillas en que venían. Arrancaron.

En la madrugada todos aparecieron acribillados al borde de una carretera. Con los huesos triturados. Y a uno le reventaron los testículos.

Otros nueve cuerpos también fueron encontrados maltrechos en ese camino. Incluída una mujer aún con el vientre inflamado por recién haber parido. Todos muertos por sospecha de ser guerrilleros de las FARC.

Nancy se enteró de todo y fue a reunirse con su madre. Un intenso pánico les devoró el alma. Pero fue la segunda quien aquel coagulado amanecer tuvo que reconocer in situ los cuerpos de sus hijos y marido.

Nancy no lograba dormir. Tampoco su esposo. Luego se supo que dos hombres más, capturados aquella noche, pudieron escapar del exterminio de las Autodefensas. Entregaron, meses después, un caset a la madre de Nancy en el que explicaban todo.

Hipólito laboraba con el dueño de una finca de café a quien también mataron. El día anterior a esta matanza, a ese muchacho le ordenaron comprar medicinas en Valledupar. Tales medicamentos, se presume, serían destinados a la guerrilla. Eso fue suficiente cargo para las Autodefensas.

Pero a Hipólito no lo torturaron tanto como a Rafael, otro hermano más bravo. Los guerrilleros fugados presenciaron que éste, viendo el homicidio de su padre, luchó y asesinó a uno de sus secuestradores.

Nancy, con sus hijos y su madre, se mudó a cuatro horas de Valledupar, a Barranquilla. Pero hubo más: a los dos años de aquella matanza, aún le dieron muerte a Ramiro, el último hermano vivo, quien se encontró liquidado en un parque de esta localidad.

Dejando a su madre en Barranquilla, sin dinero y temerosa por su vida y la de sus niños, Nancy se apresuró a Costa Rica, donde no le solicitaban tramitar visa.

Ahí, a los 30 días, a todos les fue otorgada la calidad de refugiados. Nació su cuarto hijo en Atenas y ella sobrevivió vendiendo dulces.

La agencia de la ONU especializada en ayudar a los refugiados (ACNUR) los apoyó con dinero los primeros seis meses.

Sin embargo, no progresaron sus negocios y su esposo viajó a México en busca de más calidad de vida. Nancy, con su prole, lo siguió a este país bajo el programa Reunificación familiar del ACNUR, en 2001.

La reunificación es hoy un derecho internacional. Le intimidó una ciudad tan contaminada, infinita y de habitaciones diminutas. Trabajó en el Mercado Hidalgo, en la colonia Doctores, expendiendo enseres de plástico. La organización mexicana Sin Fronteras —ONG financiada por ACNUR— les facilitó 500 dólares para montar ese puesto ambulante. Y, trabajando hoy día en el gobierno del Distrito Federal, enclaustrada con sus hijos en una vecindad de Tepito, separada de su esposo, sin mucho dinero, al fin goza un remanso de paz.

Vivir fingiendo ser mexicana

Ser refugiado en México puede no significar el fin de las adversidades. Haydee Sabina Fernández, de 50 años, es una salvadoreña refugiada en México desde 1982.

Pertenecía a la vertiente social del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Trabajaba en San Salvador. En un cateo, a ella y sus compañeros los metieron presos. La tuvieron con los ojos vendados y los pulgares atados en la espalda. Al ir a orinar la manosearon y torturaban a sus compañeros frente a ella. No probó alimento en varios días.

Al fin liberada, pero bajo amenazas de muerte, el obispo Rivera y Damas le sugirió abandonar su país. El 28 de julio de 1982 entró a México con una carta de asilo. Ya en el DF, vivió en Lechería en zozobra, al suponer que aquí operaba un "escuadrón de la muerte" del Ejército salvadoreño: por ese entonces, tres ex guerrilleros fenecieron aventados a las vías del metro, y otros fueron secuestrados en Ciudad Neza.

Haydee Sabina vivía semiclandestina. Fingía ser originaria de Veracruz. Por temor y porque por su deje indio era agredida. "Vete, no tienes nada qué hacer aquí", le repetían en la calle. Aprendió la historia de ese estado. Inventaba haber estudiado en la primaria "Emiliano Zapata", ya que en todos lados hay escuelas con ese nombre. Aprendió a no pedir las verduras por "montones" o "manos", sino por kilos, ni la leche por botella sino por litro. Y las tortillas por kilo, no por 5 colones. Ni a decir "gaseosas", sino refrescos, y cambiar "güisquil" por chayote, y "pipianes" por calabacitas. Y memorizó el himno y el saludo a la bandera. No levantaba más el brazo porque era una "mentada de madre" en México. Pero sólo se sintió segura hasta 1991, cuando se mudó a Santo Domingo, Coyoacán, junto a una comunidad salvadoreña, y se apuntó en el Frente de Refugiados Centroamericanos.

Travesía de Asia a México

En Bangladesh, Atik Hosain, un despierto líder de estudiantes, tiene listo un discurso que pronunciará ante cientos de compañeros. Es el 1 de enero de 1999.

Cursa la carrera de Diplomacia en la universidad Kurutia Sadek, en Tangail. Habla bengalí, inglés y algo de hindi y árabe. Milita en "Amolige", un partido de izquierda moderada, que mantuvo de 1991 a 1996 la presidencia de ese empobrecido país al sur de India.

Antes del movimiento independentista de Mahatma Gandhi, la India, Bangladesh y Pakistán eran una sola nación. Al final del proceso, este último se separa. Y en 1971, Bangladesh se establece como un nuevo país.

Uno de los precursores de la independencia bengalí en Tangail fue el comandante Kader Shidiki, jefe del partido Amolige en tal región cercana a Dacca, la capital, y amigo de Atik, quien se ve imposibilitado de asistir a tiempo al evento donde será el principal orador.

Entonces enciende la televisión en casa de su padre, en un rancho, donde está de visita. Observa cómo estalla un bombazo, justo bajo el podio donde él haría gala de oratoria. Se cubre el rostro con ambas manos.

Da gracias a Alá porque podría estar muerto. La explosión despedaza a 10 estudiantes. Ahora su vida no podrá ser igual. Debe huir porque vendrán por él. La represión avanza como cáncer. Le atribuye el atentado al Bangladesh Nacional Party (BNP) —de apariencia socialista demócrata, pero en realidad islamista radical—, para desbaratar su liderazgo.

Decide ir a solidarizarse con los familiares y amigos de los muertos. Su maestro Kader se lo impide, ante lo inminente de su detención.

Esa noche llegan los patrullajes a la universidad, al cuarto donde reside, y al de sus compañeros, y derruyen cuanto hallan. 24 horas después, ya están las fuerzas represoras en la casa de sus padres.

Aterrorizan a éstos inquiriendo su paradero. Kader le ordena esconderse en otras provincias, auxiliado por Amolige. Ya en la universidad en Tangail han azotado a los demás líderes para que revelaran dónde estaba Atik.

Gobernaba el primer ministro Kaleda Jia, del BNP. Él mismo manda a los 300 presidentes municipales. 170 de éstos son del BNP, y sólo 80 de Amolige. En Bangladesh, 80% de los 140 millones de habitantes son musulmanes; 13%, hinduistas; 5%, cristianos, y el resto de diversas expresiones.

Atik no quiere morir. Se interna en la India, clandestino. Ahí Kader le proporciona un pasaporte apócrifo. Vuela a Cuba sin necesidad de visa, y con 300 dólares se mueve a Nicaragua. Kader habla con sus contactos en tal nación, y éstos le pagan el viaje indocumentado hacia el norte, buscando mejores condiciones. Atik no habla una sílaba de español y, requemado por el sol, sigue adelante, sufriendo hambre. Los "polleros" los acuestan a todos en un camión. Les echan encima colchones, más gente, y frutas para ocultarlos. Atik se da por muerto. Sus encías albergaban un regusto a metal y bilis.

Evaluaba si no le hubiera valido más sucumbir en Bangladesh. Hasta que entró en México y halló una mujer que lo apoyó con alimento y hospedaje.

Atik parece mexicano... Excepto cuando viste faldones de flores... y los taqueros le gritan: "mamacita".

Luego fue al ACNUR, le dieron una constancia de trámite de refugiado y lo enviaron a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). En tres meses obtuvo su permiso. Lo enviaron a Sin Fronteras, donde le daban cada semana 600 pesos y dónde vivir 90 días, en tanto conseguía empleo. Estuvo en un refugio de Santa María la Ribera, donde son colocados los recién llegados.

"Prefiero México a la violencia y la pobreza de Bangladesh", reconoce. Semestres después, pudo hacer venir a Lipa, su esposa, y a su vástago, Ronok. Atik pronto hablaba español. Vende prendas y muebles de la India puerta a puerta. Pero su mujer no hacía un piquete por cucharear español. Y ella no quería que su niño estudiara sino el Corán. Y verlo transformado en mártir de alguna guerra santa.

El ex guerrillero guatemalteco

Es difícil la nueva vida de los refugiados en México. Y más si son discapacitados. Como el guatemalteco Rodrigo Telón —alias Pedro— que una tarde resbaló a las vías del Metro. Los usuarios lo alzaron en vilo de las piernas. Pero esto fue años después de las interminables noches que sufrió en cuevas, en donde lo iban escondiendo los guerrilleros camino a la frontera con México. El Ejército siempre los seguía. A Rodrigo Telón no le importaba ya la vida, deseaba morir. El dolor era fulminante. El antebrazo izquierdo se le había agusanado por completo. En tales desvelos recordaba cómo había iniciado todo.

Pedro se encontraba sudando en una noche al norte de Guatemala, en la comunidad de Toquián. El muchacho se dedicaba a auxiliar a la población, a los heridos de la guerra, con un médico llamado Julián. El entonces presidente, en 1982, era el general Efraín Ríos Mont. Y eso no significaba nada bueno para Rodrigo, quien empezaba a militar en la Organización del Pueblo en Armas, la mayor agrupación guerrillera. Rodrigo, de 22 años, sólo había finalizado la primaria. Su familia era de agricultores de Chimaltenango, donde él nació. Es indígena, de la etnia cakchiquel, y la conciencia del maltrato a la gente desprotegida lo animó a sumarse a la lucha social.

El gobierno militar masacraba a la población y se quedaba con las tierras. A Rodrigo no le quedó sino integrarse a la lucha armada. Acampados en la Sierra Madre, comían siempre tortillas, sal y frijoles. Un día el Ejército los rodeó. La balacera fue tupida y dejó ocho guerrilleros graves. Sin embargo, los militares no pudieron tomar el campamento, donde estaban unos 100 rebeldes.

Rodrigo no sufrió heridas aquel día. A una compañera suya le pegaron un tiro en la cabeza y le dejaron paralizado de por vida un brazo. Esto encolerizó al guerrillero.

Estuvieron cinco días sin comer. Al final, evadieron el cerco militar y llegaron al campamento adjunto a Toquián Grande. Fue el principio del fin. Ahí le enseñaron a fabricar bombas-mina. El comandante Isaías entrenó a Pedro. Le mostraron técnicas guerrilleras, como aprovechar la lluvia intensa para caminar sin ser detectados. Lo instruyeron en defensa y ataque cuerpo a cuerpo, a disparar fusiles Galil, cuerno de chivo e incluso la Fal, un armamento tierra-aire. Si el Ejército bombardeaba, con esa arma alejaban los aviones y helicópteros.

La bomba-mina Cleimar que aprendió a fabricar Rodrigo se hacía con aluminio, pedazos metálicos, dinamita y cápsulas de detonante, un seguro y un cordel. Pesaba unos 30 kilos. Cuando el Ejército pasaba, algún guerrillero en guardia jalaba el hilo y se registraba la explosión. Podía terminar con 30 soldados.

Un día el Ejército estaba quemando las casas en Toquián Grande. La guerrilla puso una bomba. "Pedro —le dijo el teniente—, cuando llegue el Ejército nosotros explotamos la mina y cubres la retirada". Pero los soldados no aparecieron y a Rodrigo le tocó hacer guardia la mañana del día siguiente. Vio pasar a una señora que exclamó: "¡Cuidado, aquí hay una bomba!"

Rodrigo fue con el teniente. Le dijo que no se había tapado bien una bomba y la población sabía de su presencia.

—Me mandó a mí —dice Rodrigo Telón, hoy con 48 años, la mano derecha destruida, sólo con dos dedos y uno injertado, el antebrazo izquierdo de plástico, la boca afectada y ciego de ambos ojos. Está sentado con una chamarra gris añosa, una gorra de beisbol y pelo enredado, en un parque de la Ciudad de México.

—Fui solo. Al ver que estaba muy peligroso, hice un hoyo grande pero me caí dentro de él y la bomba explotó.

Sólo sintió un impacto fulminante en su pecho y perdió el conocimiento. Eran las 8 de la mañana. Despertó a las 12 de la noche, con mucha menos sangre y dolores estrujantes. Tenía el rostro quemado. Los guerrilleros lo llevaron en camilla con el doctor Julián. Él le amputó el brazo y los dos dedos de la otra mano. Lo condujeron hacia Chiapas. Sólo lo medicaban con pastillas para el dolor. Lo recibieron al otro lado del río Suchiate.

Una mexicana hervía plantas y los gusanos se fueron saliendo. Así llegó a México. Estuvo entonces en campamentos para refugiados, desde donde obtuvo ese estatus. Logró la legalización de los papeles en 1994. Luego lo operaron dos veces para cerrar las heridas. En 1998, recibió un trasplante de córnea en el Hospital de la Ceguera, pero hubo rechazo. En 2000 recibió otro. Ahora tiene los ojos azules.

ACNUR le ayudaba al principio con 400 pesos al mes. Su vida como refugiado ha sido difícil. La gente le pregunta qué le pasó y les dice la verdad. Vive hoy de la Fundación Dignidad, que le ayuda a vender platería. ACNUR, a través de Sin Fronteras, le da 2 mil 400 al mes. Renta un lugar en mil pesos en Iztapalapa. Y juega futbol.

Dejó una hija en Guatemala. Mataron a sus padres y a sus dos hermanos. Más de 400 comunidades fueron masacradas.

—¿Valió la pena? —le pregunto.

—Mmm… Creo que sí, porque moría mucha gente y había que frenar todo eso. Pero no lo haría otra vez.





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"Si no regresas, caen tus parientes"


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Por: Raúl Tortolero
15/07/2007


Andrés (nombre cambiado por su seguridad) nació cerca de Cali y estaba harto de arriesgar su vida en el Ejército de Colombia por sólo 25 dólares al mes, y se dio de baja. A este joven negro de 22 años lo mandaban a patrullar para evitar que las FARC —el principal grupo guerrillero de ese país— volaran los tubos de petróleo por el Putumaya.

—Trabajé después —relata— en un muelle en Buenaventura. Una mañana de 2006 fue a mi casa un muchacho conocido, ahora convertido en un narcoterrorista de las FARC, y le pregunta a mi abuela por mí.

Regresó.

—Te necesita el patrón, para trabajar —me anunció.

—Voy a tomarme un tiempo para decidir —le respondí.

—Tú no eres quien va a decidir: en ocho días vengo por ti.

"A todos los jóvenes los amenazan. A veces los matan", reconoce Andrés. "Te ponen fecha y, si no regresas, caen tus parientes uno a uno. A la guerrilla entras sólo para salir muerto", solloza.

Las FARC buscan a quien sepa de armas. Experiencia. Por eso se adentró ese día al muelle a escondidas. Cual búho vigiló la noche entera y subió con un dólar a un barco croata. Iba a México. Andrés debía viajar o su cabeza rodaría. Trepó con unas galletas "Saltín", dos salchichas, dos jamonetas, una lata de zanahorias y una de habichuelas. Sólo dos litros de agua. Fue encontrado cuando intentó ir a la cocina por más comida. Pero no lo arrojaron a los tiburones, como temía. "Los croatas no son malos. Los chinos y los rusos te avientan al mar, porque si hay polizones tienen que pagar multas". Estuvo detenido tres días en Ensenada. Según los lineamientos de la ACNUR, los capitanes de las embarcaciones están obligados a rescatar a toda persona de un desastre marítimo. Éstas pueden solicitar refugio. La postura del ACNUR es que se deje desembarcar a los polizones en la primera escala portuaria, para que las autoridades locales sean quienes determinen su condición de refugiado.

Llevaron a Andrés al DF. Lo remitieron a la estación migratoria en Iztapalapa Ahí, detenido 88 días, pasó Navidad y Año Nuevo. Con una cama de cemento y tres comidas al día. Pidió refugio. Un español le dijo que si quería refugio, la ACNUR tardaba mucho, que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) era más rápida. Lo entrevistaron. Explicó todo. Le creyeron. "Me dijeron al fin que sí salía libre. Pero se cruzaron sus vacaciones y me dejaron ahí". Al salir fue a la Comar. Y de ahí a Sin Fronteras, donde le consiguieron un cuarto rentado, en Santa María la Ribera.

Andrés obtuvo trabajo por mil 500 pesos quincenales. Y va a la escuela. Le gusta México por tener "vainas" parecidas a Colombia. Pero una vez en el norte de la ciudad, "un viejo me empujó de la cintura al bajar. Me sacó la cartera donde tenía fotos de mi esposa y mi hija..."

Los mexicanos "son buena onda", pero se lo alburean; ríe: "Me dijeron que si me gustaba mucho estar sentado en la parada del Metro Insurgentes".

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